Los crackers fueron inventados en Inglaterra en 1847 por un mercante de caramelos. Tenía mucho éxito vendiendo caramelos envueltos en papel con un papelito con un mensaje de amor metido dentro, y quería añadir una sorpresa, una “chispa” parecida a la que se oye en el fuego de la chimenea en invierno. Después de varios experimentos, acertó con dos tiras de cartón, cada una impregnada con un poco de salitre en un extremo. Los dos extremos se colocan juntos, y se envuelven en un trocito de papel para protegerlos. Cuando se tiran de los extremos opuestos, la fricción crea un pequeño “bang!”, suficiente para sorprender pero no tanto como para asustar. Esto es lo que les da el nombre “cracker”. Con la inclusión de regalitos, papelitos con citas o chistes, y coronas de papel, estos tubos festivos empezaron a formar parte de las celebraciones navideñas del Reino Unido del siglo 20.
Normalmente, se coloca un cracker en cada asiento en la mesa de la cena de Navidad. Antes de servir la comida, cada comensal coge un extremo y ofrece el otro extremo a la persona a su lado. Las dos tiran con fuerza, para que el cracker se rompa, se oye el “bang”, y el contenido del cracker cae en la mesa o en el suelo. Luego se ponen las coronas (que suelen ser demasiado grandes), se leen los chistes en voz alta (suelen ser tan malos que no se pueden evitar las carcajadas), y empieza el intercambio de los regalitos (“¡te cambio esta lupa por ese dado!”).
Y nuestros alumnos y alumnas no han perdido la ocasión de hacer los suyos.